lunes, 30 de septiembre de 2024
Las miserias del oro 2
Los cuerpos caían, hermosos y ligeros. Uno de pie era solo el espanto. No comprendo qué fuerzas nos arrastran al fondo de este río transparente. El cuerpo, condenado a sus mareas, avanza.
¿Cuánta distancia hay entre la palabra y este impulso luminoso?
Ellos no quisieron ver el ciclo infernal que les impuso el entendimiento. Hermosos y ligeros cayeron, empujados por otros vientos, cegados por la sed de una revolución fantasma, bajo un cielo que siempre albergó todas las voces.
¿Hacia quién lanzaban su grito?
¿Hacia otro grito?
¿Qué revolución tejían, sabiendo lo breve de su luz?
Ciegos, avanzaron hasta perderse en voces. Enloquecidos por la fragilidad, avanzaron. Empujados por el miedo, avanzaron. Por la compasión, que solo era el reflejo de su distancia. Avanzar era demasiado decir; giraron en círculos, perdidos, distorsionando lenguas, la boca llena de espuma, mordiendo rabia, hartos de devorarse.
Mis hermanos, perros locos por el olor, se lanzaron contra un muro, pensando que ese aroma sería el único camino. Mis pobres perros, con el hocico roto de tanto hacerse un mundo en la boca, enloquecen con la luna, con el celo, con el poder, con esos sueños que creyeron universales.
Uno de pie era el espanto, esperando la única transformación posible: la muerte.
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