miércoles, 4 de diciembre de 2024

Reactor #45: La osadía del Uranio

Could these sensations make me feel the pleasures of a normal man?
Joy Division


[Bombardeo sobre la ciudad invisible]
Fez, Otoño del 2024.

[09]
Volver a casa. A esa casa que ahora es polvo, arrasada por el tiempo y el fuego. Lo mencionaste antes, como quien intenta convencerse y olvidar el desastre ocurrido.
Detrás de lo que fue nuestro reino, un bosque se alza, inmenso y ajeno. Sin paredes ni tejados, no sabemos quién fue el primero en huir. Solo dimos los pasos necesarios.
Las casas siempre terminan por ser ruinas: desastres disfrazados de refugios, prisiones dulces donde las muñecas y los tobillos conocen la presión del encierro.
A veces extraño el calor, el recuerdo ardiente del incendio, pero no las cenizas que dejó. 
Nadie construye nada con cenizas. 
Nadie sabe qué es una casa hasta que no queda nada.
Uno se convierte en el peso de lo perdido. 

[37]
4. La fila de hormigas parecía infinita. 32. Una procesión que ignoraba su propia existencia. 93. Miles actuando como una sola. 03. Nada alterará ese flujo perfecto. 21. La lente de una lupa concentrando el sol sobre sus cuerpos. 78. Después del deslumbramiento cotidiano.  66. Caíamos abrazados. 92. Y nuestras cabezas colapsando bajo el peso del sueño compartido. 41. Un pensamiento único atrapado en una semilla. 11. Amando el humo y la desesperación conseguida. 77. El peso de un nombre invisible que en las noches temes pronunciar. 97. ¿Quiénes fuimos para ese orden que ahora regresa como una promesa? 29. La columna interminable de cuerpos se pierde en el hormiguero de la memoria. 93. Aparece la imagen de un insecto fragmentado, que entra y desaparece para siempre, divido en su nuevo hogar.

[17]

Ser un satélite olvidado, un ojo demente que lo devora todo.
La luz talla la madera, abre grietas donde la vida se esconde. Luego el barniz, espeso, sella lo que ya no respira.
Elevo mi voz hacia un altar de latidos. Frutos abiertos donde los jugos corren y disuelven la amargura.
Dentro de mí resuena un eco, una partícula mínima que insiste en completar un gesto se encienda. El océano me inunda, llena mi boca con lenguas familiares.
Alzo mi voz hacia un espacio donde los latidos se transforman en rituales, ceremonia de frutas donde se deshace la amargura.
Llegué tarde para verme sonreír. 
En su lugar la saliva, baja arrastrando consigo el peso muerto de una luna atravesada en mi garganta.


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