viernes, 6 de diciembre de 2024

Las mentiras verdaderas


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Ahora que las amenazas se han desplegado y los traidores reconocen en los espejos el rostro que, tarde o temprano, se hundirá en las sombras, la noche llegará. Bendecirá su memoria con un blanco absoluto, con un sonido extendido, tensado como cuerda invisible atravesando sus sentidos.
Sus rostros, deformados por plegarias nunca concedidas, brillan con una hermosura implacable, casi ajena al perdón.


[34]
Ayer, segundo domingo de la chicha blanca en Cusco, la mujer masticaba yuca, los dientes hundidos en la raíz, la risa quebrada en un ritual antiguo, más hambre que gesto. Escupía en un recipiente espumoso, el aire cargado de saliva fermentada, fiesta y tiempo atrapado en la madera del tazón. Masato, decían.

Hoy, en Tokio, la lluvia limpió las calles. Dos mujeres danzaban, hilos tensos entre sus dedos, el golpe de una campana cortando el aire húmedo. Se inclinan, mastican arroz, lo escupen, alimentan al dios de los flujos. Kuchikamizake, el nombre vibra en sus labios. Todo se une: el grano, el agua, los cuerpos entregados.

La saliva cruza océanos, arrastra países, frutos, dioses que ya no miran. Se fermenta la luz, un gesto que parece brotar de la tierra misma. ¿Y en la carne? ¿En el cuerpo? ¿Dónde habita el ritual?

Las deidades se fueron. Partieron antes del acto, antes de la celebración, antes de esa belleza que se escapa de toda palabra.

Queda el polvo.
Quedan los diarios olvidados de los niños en el hospital de Nagasaki.

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