martes, 15 de octubre de 2024

Lavado de activos




Desde la niebla los miró mejor que nadie.
Todo sigue su tránsito, lento, invisible.


Los niños no creemos en la muerte.

Esta mañana desperté con un pensamiento pegado al cuerpo. Algo en la perfección huele a tierra recién abierta, a fruta partida, un verano calmado. El brillo en las cosas late sin orden. Los milagros se ocultan tras cortinas, esperando que los ojos despierten.

La infancia regresa en ráfagas dulces: los juegos mecánicos giran sin tocar el suelo, con tanques diminutos y aviones que nunca aterrizan. Ahora soy un ojo único y hambriento que traga escenas hasta volverlas luz. 

El resplandor de aquel tiempo se mantiene intacto, pero arde con el filo de algo que no puede sanarse. Las manos de mis padres, la risa de amigos distantes, todo se diluye tras un resplandor. Un escalofrío corta mi piel y me empuja a huir del paisaje que me persigue.

La felicidad es un arma que enfría la respiración y deja su peso sobre el cuerpo.

Los colores giran despacio. La memoria se convierte en una bandada de pájaros que nace y muere en pleno vuelo. Nos enseña a retener la luz hasta que se vuelve amarga y destila un veneno espeso. Cada átomo tiene su propia forma de esperar.

Dios tuvo tantas oportunidades de arrancarme del mundo, pero dejó caer cada intento, como si no pensara en mi. Tal vez encuentra alivio en mi existencia o en la versión incompleta que fabriqué de él. 

Ahora lo dejo arder, como un fuego artificial, hasta que cierre los ojos y se disuelva.





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