Este mundo es tan extraño que todo es posible,
incluso la realidad.
Mira la luna. Dime: ¿Acaso no sería bello verla caer?
Ardieron hasta desvanecerse en un polvo blanco. Jamás volvieron a cruzarse. Los Alpes, atrapados en la memoria, se alzan como un imposible. La noche es una escotilla abierta al vacío; podría recorrer sus bordes toda la eternidad pero amanece. El otoño inaugura su niebla. Regresan. Nos reagrupamos en la silueta nocturna de Zúrich, pero nada prueba que hayamos tenido un lugar entre los nuestros. De todos los retratos, este es el único que persiste. Octubre, en revolución, bajo el golpe de vientos huracanados. Y nosotros, desarmados de augurios. Éramos un espectáculo extraño en las calles, rojos de ira, dueños de la última luz dolorosa. Altivos, como las aves cruzando la plaza desde lo alto, antes de desplomarse.
Estamos arruinados, aferrados a una isla que todos declaran imposible. Música torpe que nunca alcanza el brillo de este instante. El primer canto surge en el carro blindado, comienza la revuelta contra la vida diaria. Como payasos inigualables ensayamos una sonrisa, la misma que ha dado a esta ciudad su verdadero nombre.
No, no fuiste algo que yo atesorara. Mentiría al decir que te llevaba como un amuleto para ahuyentarme, como un artefacto inútil. La rabia se cuela con violencia en esta habitación. Invento una mentira más: "Todo estará bien". Esos domingos sin tristezas, días llevaderos en su monotonía. Pero el vacío era un hueco preciso, una guerrilla sin motivos se instalaba donde nos amábamos quedando desarmados. Entonces, la alianza era posible. Ya no existe la luz que se filtraba por la ventana, pero esa calidez, el calor de una mentira sostenida con destreza, todavía envuelve cada rincón.
Será en otro tiempo. He visto el mundo a través de ti y esta lluvia de días me resulta una burla. Ironía pura. Por las mañanas, en mi mente, humea el café que no puedo beber, igual que esta presencia inalcanzable. Tardé en entender muchas cosas que nunca tuvieron sentido. Tarde, como siempre. Ahora reposo mi alma como una bolsa de té, para amortiguar pensamientos errantes pero necesarios.
Lo recuerdo claramente: la mueca absurda, el desencanto, la náusea que abre paso cada día. Conozco el camino del hombre y su derrota. Cuéntame de esas bestias que lamen sin sentido las manos de los desconocidos. Dime si su saliva alimenta, siquiera por un instante, un deseo transitorio en el cielo. Desde aquí los veo, sin prisa: la guerra es hermosa cuando los idiotas caen, derribados por sus propios fantasma en el punto más alto de sus cegueras.
Estamos arruinados, aferrados a una isla que todos declaran imposible. Música torpe que nunca alcanza el brillo de este instante. El primer canto surge en el carro blindado, comienza la revuelta contra la vida diaria. Como payasos inigualables ensayamos una sonrisa, la misma que ha dado a esta ciudad su verdadero nombre.
No, no fuiste algo que yo atesorara. Mentiría al decir que te llevaba como un amuleto para ahuyentarme, como un artefacto inútil. La rabia se cuela con violencia en esta habitación. Invento una mentira más: "Todo estará bien". Esos domingos sin tristezas, días llevaderos en su monotonía. Pero el vacío era un hueco preciso, una guerrilla sin motivos se instalaba donde nos amábamos quedando desarmados. Entonces, la alianza era posible. Ya no existe la luz que se filtraba por la ventana, pero esa calidez, el calor de una mentira sostenida con destreza, todavía envuelve cada rincón.
Será en otro tiempo. He visto el mundo a través de ti y esta lluvia de días me resulta una burla. Ironía pura. Por las mañanas, en mi mente, humea el café que no puedo beber, igual que esta presencia inalcanzable. Tardé en entender muchas cosas que nunca tuvieron sentido. Tarde, como siempre. Ahora reposo mi alma como una bolsa de té, para amortiguar pensamientos errantes pero necesarios.
Lo recuerdo claramente: la mueca absurda, el desencanto, la náusea que abre paso cada día. Conozco el camino del hombre y su derrota. Cuéntame de esas bestias que lamen sin sentido las manos de los desconocidos. Dime si su saliva alimenta, siquiera por un instante, un deseo transitorio en el cielo. Desde aquí los veo, sin prisa: la guerra es hermosa cuando los idiotas caen, derribados por sus propios fantasma en el punto más alto de sus cegueras.
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