Mira en sus ojos y podrás ver
Porqué todos los niños están vestidos de sueños.
Sonic Young
Bajo las máscaras que nos imponemos
emprendemos el viaje atraídos por un canto oscuro.
Somos latidos encarnados
Distorsiones en el temblor de alamedas desiertas de los hombres
Nuestro sueño habita sus ruinas
—sobre danzas que hacen girar sus noches.
La carne absorbe un dulzor macerado en lunas remotas,
la marea de la sangre golpea los órganos que se encienden alternativamente.
Pienso en ellos cayendo como soles entre las flores,
sus primeros pasos son huellas del primer hombre en el espacio grabadas en mi pecho,
la ensoñación que los posee hace brotar bosques en los que son soberanos.
Comprendí que lo sagrado no es divino.
Sus voces erigen un templo único en el campo,
su otra morada —imperceptible—
pues son dueños de cientos de verdades dulcísimas,
llaves que abren los jardines universales,
recreos en los que se elevan durante juegos cotidianos.
Un túnel atraviesa mi mente, trae la noche afilada,
un cabello de Eva entra como lanza en mi pecho,
respiro el aroma del primer paraíso,
ombligo emergido sin precedente.
Comprendido el orden de las cosas, emigramos hacia las quimeras,
alimentando la posibilidad de reconocernos como monstruos bellísimos.
El fuego filtra su aliento entre grietas de barro,
su palabra incendia mi casa, la convierte en columna de humo que sostiene el cielo.
Piénsalo: el vértigo de la ascensión,
nos hallamos desnudos y desarmados,
tejidos en nuevas vestimentas,
nueva carne colgando de los ganchos en los mercados,
como los conocí antes del primer vuelo,
destilando sus plumas mientras perseguían el lenguaje de la iluminación,
entrando como un perro rabioso.
En su jardín los colores enloquecen sus ojos,
se desploman en abismos sin fondo,
la pesadilla domesticando su apariencia humana.
Piénsalo:
en su niñez, atrapado,
ave preciosa en la jaula, cantando hasta perderse en su propia voz.
Este árbol no puede sostener mi peso,
Nuestro sueño habita sus ruinas
—sobre danzas que hacen girar sus noches.
La carne absorbe un dulzor macerado en lunas remotas,
la marea de la sangre golpea los órganos que se encienden alternativamente.
Pienso en ellos cayendo como soles entre las flores,
sus primeros pasos son huellas del primer hombre en el espacio grabadas en mi pecho,
la ensoñación que los posee hace brotar bosques en los que son soberanos.
Comprendí que lo sagrado no es divino.
Sus voces erigen un templo único en el campo,
su otra morada —imperceptible—
pues son dueños de cientos de verdades dulcísimas,
llaves que abren los jardines universales,
recreos en los que se elevan durante juegos cotidianos.
Un túnel atraviesa mi mente, trae la noche afilada,
un cabello de Eva entra como lanza en mi pecho,
respiro el aroma del primer paraíso,
ombligo emergido sin precedente.
Comprendido el orden de las cosas, emigramos hacia las quimeras,
alimentando la posibilidad de reconocernos como monstruos bellísimos.
El fuego filtra su aliento entre grietas de barro,
su palabra incendia mi casa, la convierte en columna de humo que sostiene el cielo.
Piénsalo: el vértigo de la ascensión,
nos hallamos desnudos y desarmados,
tejidos en nuevas vestimentas,
nueva carne colgando de los ganchos en los mercados,
como los conocí antes del primer vuelo,
destilando sus plumas mientras perseguían el lenguaje de la iluminación,
entrando como un perro rabioso.
En su jardín los colores enloquecen sus ojos,
se desploman en abismos sin fondo,
la pesadilla domesticando su apariencia humana.
Piénsalo:
en su niñez, atrapado,
ave preciosa en la jaula, cantando hasta perderse en su propia voz.
Este árbol no puede sostener mi peso,
Tampoco ninguna rama de la mañana
ignora el río que desgarra la piedra del corazón,
día tras día,
momentos antes de que las islas emergieran,
antes de que se retiraran las historias a las que pertenecimos.
He regresado para recordarles el nombre que tuve en las escrituras,
este jardín ha vuelto a florecer,
mi palacio se ha erigido lejos de la materia humana,
sonrío estos dientes rotos para deleite de los imbéciles.
ignora el río que desgarra la piedra del corazón,
día tras día,
momentos antes de que las islas emergieran,
antes de que se retiraran las historias a las que pertenecimos.
He regresado para recordarles el nombre que tuve en las escrituras,
este jardín ha vuelto a florecer,
mi palacio se ha erigido lejos de la materia humana,
sonrío estos dientes rotos para deleite de los imbéciles.
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