No insistas.
La dureza es un mito.
La carne sabe.
Los gusanos
la recuerdan.
Esto es todo lo que tengo. El peso de una piedra en el pecho atravesando el jardín soñado, lamentando esta amplia sonrisa, que cuelga hasta el piso y continua su trayecto hasta desembocar en un río. Volteo nuevamente sobre el jardín para comenzar la cuenta sobre las piedras esparcidas, cuanta voluntad al momento de soñar sobre las brasas del mundo, sobre su aliento.
Los miedos nos abandonaron hace mucho tiempo, en su lugar el vacío se hizo uno. También pienso en los animales que abandonaron este bosque antes del incendio o los que murieron calcinados en el acto, en pleno movimiento en la noche de desconcierto.
Susurrándole a lo que pueda para poder continuar, tras el paso equivocado, antecedido y embriagado de la certeza luminosa. Los ojos continuaron su camino, adelante, en la montaña, atrás oíamos el chirrido de la carne chamuscada, del retozar de los maderos antes de rendir su materia a la ceniza. Nuestra imaginación fue el reino, a pesar de la existencia de otro mayor, ya asentado en la superficie infinita.
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