jueves, 14 de septiembre de 2023

Las divinidades se reconocen

 Mi jefe me manda a casa porque tengo los pantalones llenos de sangre seca, y eso me llena de alegría. La herida del pómulo hundido no se cura nunca. Voy a trabajar y las cuencas sumidas de mis ojos son dos donuts turgentes y amoratados que rodean los dos meatos que tengo para ver. Hasta el día de hoy me sacaba de quicio haberme convertido en un maestro zen totalmente equilibrado, y que nadie se hubiera dado cuenta. Sin embargo, sigo trabajando con el FAX. Escribo HAIKUS que envío por fax a todo el mundo. En el trabajo, cuando me cruzo con la gente en el vestíbulo, me vuelvo totalmente ZEN a los ojos de todos esos ROSTROS hostiles. Las abejas obreras libran; hasta los zánganos saben volar, la reina es la esclava. Renuncias a todas las posesiones terrenales, al coche, y te vas a vivir a una casa alquilada en la parte tóxica de la ciudad, donde a altas horas de la noche oyes a Marla y Tyler, en su habitación, llamarse mutuamente escoria humana. Toma esto, escoria humana. Haz esto, escoria humana. Tómatelo. Trágatelo, nena. Aunque sólo sea por contraste, esto me convierte en el centro diminuto y sereno del mundo. Y yo, con los ojos hundidos y la sangre seca formando grandes costras oscuras en los pantalones, le digo ¡Hola! a todo el mundo en la oficina. «¡Hola! Miradme. ¡Hola! Soy tan ZEN. Esto es SANGRE. No es nada. Hola. Todo es nada; es tan alucinante estar ILUMINADO. Como yo.» Suspira. Mira. Por la ventana. Un pájaro. Mi jefe me preguntó si la sangre era mía. El pájaro vuela a favor del viento. Estoy escribiendo mentalmente un haiku. 
Sin tener siquiera un nido el pájaro llamará hogar al mundo: la vida es tu tarea. 

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