Mi jefe me manda a casa porque tengo los pantalones llenos de sangre seca, y eso me llena de alegría.
La herida del pómulo hundido no se cura nunca. Voy a trabajar y las cuencas sumidas de mis ojos son
dos donuts turgentes y amoratados que rodean los dos meatos que tengo para ver. Hasta el día de hoy me
sacaba de quicio haberme convertido en un maestro zen totalmente equilibrado, y que nadie se hubiera
dado cuenta. Sin embargo, sigo trabajando con el FAX. Escribo HAIKUS que envío por fax a todo el mundo. En
el trabajo, cuando me cruzo con la gente en el vestíbulo, me vuelvo totalmente ZEN a los ojos de todos esos
ROSTROS hostiles.
Las abejas obreras libran; hasta los zánganos saben volar, la reina es la esclava.
Renuncias a todas las posesiones terrenales, al coche, y te vas a vivir a una casa alquilada en la parte
tóxica de la ciudad, donde a altas horas de la noche oyes a Marla y Tyler, en su habitación, llamarse
mutuamente escoria humana.
Toma esto, escoria humana.
Haz esto, escoria humana.
Tómatelo. Trágatelo, nena.
Aunque sólo sea por contraste, esto me convierte en el centro diminuto y sereno del mundo. Y yo, con
los ojos hundidos y la sangre seca formando grandes costras oscuras en los pantalones, le digo ¡Hola! a
todo el mundo en la oficina. «¡Hola! Miradme. ¡Hola! Soy tan ZEN. Esto es SANGRE. No es nada. Hola. Todo
es nada; es tan alucinante estar ILUMINADO. Como yo.»
Suspira.
Mira. Por la ventana. Un pájaro.
Mi jefe me preguntó si la sangre era mía.
El pájaro vuela a favor del viento. Estoy escribiendo mentalmente un haiku.
Sin tener siquiera un nido
el pájaro llamará hogar al mundo:
la vida es tu tarea.
jueves, 14 de septiembre de 2023
Las divinidades se reconocen
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