jueves, 1 de diciembre de 2022

Renfe a todo color

 Las viejas glorias, los recuerdos dolorosos, el primer estallido y el olor a pólvora desaparecen.  Ya había comenzado mi viaje años antes de empezar con estos cuestionamientos. Me dirigía a Barcelona, viaja a lado de una mujer, probablemente un profesora universitaria, que iba perdiendo la compostura a medida que los cantos se hacían más frecuentes, la felicidad ajena le parecía tan espantosa, pensaba si lo era para mi también. Las páginas del libro de filosofía que leía iba perdiendo forma, hasta solo ser una mancha de tinta por la fuerza de sus muñecas. Su estrés arañaba la realidad y a mi me hacía feliz, pensaba en GG Allen y sus espectáculos, la felicidad ha de ser así, gente revolcándose en mierda. Las voces de la alegría se hacían más fuertes, la mandíbula de aquella mujer casi fracturaba sus dientes, mientras yo me derretía en la fragilidad de mi sueño. Daba igual, para cuando yo despertara, nadie estaría ahí, y la fiesta atroz e improvisada sería solo una excusa, para evitar cualquier camino hacía la estabilidad de esos cantos. 


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