La idea de pasar el invierno en costas soleadas entre los trópicos resulta agradable pero falsa. Queremos que el árbol de la vida tenga flores durante todo el año. Pero también en los trópicos a los árboles se les caen las hojas. La noche del invierno no nos resulta menos necesaria que la noche del día. También por lo que respecta al corazón tenemos que prestar atención a la marea alta y a la marea baja. Quien sólo quiere tener marea alta se expone a la rotura del dique. No podemos estar siempre exentos de dolores, no podemos estar sin sombra, tenemos que aceptar la melancolía. También allí hay dioses.
Ernst Jünger
Noviembre
Esgrafiados
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Sólo el niño de la gran urbe puede entender esos días de lluvia en la ciudad, que llevan astutamente, con toda su carga de seducción, a soñarse de vuelta a pasados años de infancia. Pues la lluvia es lo que más cosas mantiene ocultas por todas partes, haciendo que los días no sólo sean grises, sino uniformes. Se puede hacer lo mismo de la mañana a la noche: jugar al ajedrez, leer o pelearse, mientras que con el sol es completamente distinto, porque matiza las horas y no favorece al soñador. Por eso tiene éste que sortear los días resplandecientes empleando astucia, levantándose muy temprano, como los grandes ociosos, los paseantes de puerto y los vagabundos: tiene que estar en su puesto antes que el sol. En la «Oda a la radiante mañana», que regaló hace muchos años a Emmy Hennings, Ferdinand Hardekopf, el único verdadero decadente que ha dado Alemania, le confió al soñador las mejores medidas de protección para los días soleados.
Walter Benjamin
El tedio, eterno retorno
Libro de los Pasajes
Foto: Robert Walser
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