sábado, 10 de mayo de 2025

Remanentes: La virtud del necio



Eres honesto hasta la estupidez
Qué clase de persona eres en realidad
de que color es tu pelo
que forma tienen tus ojos
Qué apariencia tienes
Desearía no haberme cegado
Quiero ver tu cara
Seguro es una cara amable
Fujitora, One Peace




Pensé en una lucha, claro, pero no era contra nadie, era contra ese colibrí que se deshacía solo, como si llevara siglos tratando de salirse del cuerpo, un estallido lento de vitrales líquidos cayendo en la garganta del aire, pensé en los ejércitos detenidos por una lágrima que no caía sino que rugía en silencio, suspendida como un animal que olvidó su nombre a mitad del salto, una bestia de agua detenida entre el ojo y el mundo, y las venas, mis venas, apenas abiertas, dejando salir la luz cálida y sucia de un mineral precioso que nadie quiere tocar, te contaba, sí, te contaba con un corazón afilado en la mano, no por violencia, por música, porque algo tenía que sonar mientras el universo giraba como una moneda caliente sobre tu espalda, dejaba pasar este haz de luz no para ver, no para entender, sino para que la oscuridad no muera de frío, y tu nombre colgado del techo como un corazón encendido, insistiendo en seguir cayendo, no como cuerpo sino como ceremonia, como ofrenda, y mis piernas —locas, sí— veneraban esa forma tuya de insistir en la muerte, se doblaban, se rendían, lloraban leche como si hubieran parido un dios diminuto y absurdo, lejos de todo, lejos incluso del enjambre de estrellas, respiraba ese objeto sin sombra, sin historia, sin boca, pero con los ojos fijos en el momento exacto en que estallamos, como si el universo esperara que algo se rompiera para volver a empezar.






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