lunes, 2 de agosto de 2021

Colt 45

 —Mira, yo voy a hablar con un arequipeño siempre y cuando no deje de escucharme a mí misma— me dijo. Yo estaba tan deliciosamente ebrio que pensaba que Oscar Wilde me estaba diciendo cosas.

Era 1994, era la fiesta de Jimena Coronado en casa de Oscare Tramontana. En ese tono estaban Carmen RavagGuillermo Fari y otros demonios entrañables/inetiquetables.
Y era ella, la rubia de ojos azules o verdes o amarillos, todo dependía de la tonalidad del tono.
—Lo que pasa es que a mí me encanta escucharme a mí mismo, ese es uno de mis más gratos placeres— le dije. —¿Y tú, weona? Tú eres de San Juan de Miraflores, ¿no?
La rubia de ojos azules me miró con algo que los más celebrados narradores peruanos llamarían ‘sorpresa’. Lo que yo vi fue una mezcla de petróleo y sangre combustionando en ese enorme pozo de melancolía que eran sus ojos azules o verdes o amarillos o rojos, todo dependía de la intensidad de la fiesta.
Era preciosa.
Y cuando un precioso ejemplar de 27 años te mira con rabia, ¿qué hace?
Te pone el pulgar en la frente en forma de Colt 45. Y te dice: te voy a matar, arequipeñito. Espérame.
Esperé.
(Un arequipeño de 25 años apenas aterrizado en Lima, aunque venga de Buenos Aires, siempre será un arequipeño de mierda).
Vino con un vino.
—Esta delicia no la has probado ni la probarás en tu puta vida, arequipeño.
Era un buen trago, sin duda.
—Es un poquito mejor que los cartones Clos de Pirque de mi pueblo— le dije.
A continuación separó sus hermosos labios rosados y extrajo una lengua kilométrica. La acercó a mis ojos.
—¿Ves mis amígdalas?
—¿Sí!
—Eso es ser hombre, pues huevón.
Así conocí a Suzette Tori.
(continuará) Czar Gutierrez

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