[...]
Me pregunté quién era, luego todo fue gritos. Yo no podía ver bien a través del humo. No adiviné este temporal, lo advertiste demasiado tarde.
Ya no sueño. Humea el cuerpo, un incendio forestal quizás. Recuerdo Paris, el invierno congelando las mentes de miles. Pude saber. Pude entender. Quizás el sonido que produjo aquel animal que fue destrozado por la ternura sea anterior al universo. Soy un pequeño dios. Desastroso elemento indefinido. Templar las cuerdas hasta romperlas. ¿Y el miedo? A veces sí ocurría. Cuando todos bajaban la voz y el eje del planeta chirriaba. Alrededor de las ocho de la noche, los disparos se escucharon. El silencio es una construcción absurda. Punto. Muere el dirigente del primer partido político y las rosas se abren. Y bien si todas las muchachitas andan a pie por el borde del río sonriendo. Y de nuevo solo humo en lugar de carne. Eso dicen las estadísticas. Eso dicen los noticieros. Eso dice mi abuelo que está sentado a mi lado desde que murió. ¿Acaso el país podría soportar el peso de tantas obligaciones? Yo hablo. Los espías han decidido despejar el área, no volveré la mirada atrás. Pude haber muerto lo sabes. Es lo más hermoso del mundo. Y es así como los conquistadores encontraron una mina informal en su pecho. Podrías volarte la cabeza pero no el pecho en la búsqueda desmesurada de una epifanía. Corrijo las líneas con las que historia manipula a los hombres, frente a un jarrón de porcelana, esmaltado en tres colores. Es la época de Wan Li.
Las decapitaciones en las alturas del Himalaya fueron un juego entretenido, para cuando desperté eran piedras rodando por los acantilados. La renovación de un idioma y la estúpida manía de buscar la perfección. ¿Cuántos muertos guarda el jardín? Los símbolos negros nacidos del pincel resquebrajan el rostro de los niños. Quiero pensar que el amanecer llegará. Los balnearios de la melancolía y el estremecimiento juvenil trepan esta columna de aire.
Leopardos hermosos corren por las calles en busca de la primera presa, cuando el día se cierra y no hay escapatoria. ¿El cuento tiene varios momentos? a donde había partido toda esa gente sin armas. Con cierta habilidad táctica, entrenaba nubes por las tardes.
Yo creí en su sueño.
Otro disparo ¿lo escuchaste?
Él está rendido por ella, pero quizás no sea por la belleza sino por el perfume.
Volveré a París para no escuchar los disparos.
El jardín empieza a florecer, puedo guardar un poco de este tiempo en mis bolsillos.
La dulzura extrema y radical de la flor que lo niega todo.
Ser un dios demente girando alrededor de la tierra.
Un ojo que juzga y asesina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario