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Han quitado por fin esa señal de mi vida, una y otra vez en el recuerdo, el brillo. Ayer fuimos temprano a la estación, calibramos los sentidos -podría llamarte incluso desde aquí, desde este bunker, la dorada cúpula de hierro- Así empezó todo esto, entre ruinas y resonancias, los pasos del hombre desconcertado por la desnudez de su naturaleza atraviesan el paraíso, los aviones cortan eficazmente la dureza del cielo. Perfección pienso, mientras el rodillo del día pinta los rostros pálidos de los míos.
¿Sabes? Conozco el camino.
El sacrificio es insignificante cuando de pronto empiezas a sentir como el monstruo agazapado comienza a balbucear sus primeras palabras, es luz pura. Ellos dicen que pueden hablar con dios, no lo dudo, puedo reconocer la expresión de un imbécil, puedo reconocer el rostro de sus héroes enfermos.
En la primera mañana escucharás sus primeros sollozos, nada calmará tu sed tanto como la turbulencia de sus aciertos, pensarás que el alma es un calambre, comenzarás a sentir ese músculo entumecido, moverse a través de tu cuerpo.
-Ha desactivado todas las bombas, todas las trampas que colocaron en tu infancia-
La felicidad es un arma que enfría la vida de los estúpidos.
No podrás negar tu conmoción por la solidaridad del mundo ante los resquebrajados, te hace ligero el cuerpo en los instantes donde el otro cae y la vida es de nuevo una fuente inacabable y continua.
El monstruo duerme, cuando tú enarbolas una sonrisa grotesca, el símbolo de tu precariedad se agita por el viento desolado de otro reino, el de los vencidos. Se hará tarde como siempre en el transito del adiós continuo, recurrente en soles.
Él ha abierto los ojos, golpea sin ruido las paredes intangibles de tus fortalezas.
El juego nos libera del miedo ¿Lo sabías?
Reduzco la distancia, para esgrimir un golpe sobre la vida misma. El hombre es un pequeño polvorín de guerra obsoleto. La sonrisa cobra el sentido más puro en la complicidad, cuando sabes de pronto que el fuego no tardará en llegar.
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