domingo, 18 de abril de 2021

Zé, los niños eléctricos de Rostov


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Mientras esto sucedía, dos aviones desgastaban el cielo, aunque no pudiéramos verlo. El polvo, reino verdadero de la memoria, convirtió esto en una planicie blanca donde dos niños se alejaban sin retorno. ¿Recuerdas sus nombres? Intento reconocer el último sonido cuando la luz lo inundó todo, pero habíamos partido y el humo del ferrocarril era golpeado por el viento. Ahora pregunto desde lo alto de este abismo por el oficio del fuego, por su obra sobre nosotros. Ahora viajamos a través del mundo en busca de sus voces, no por la idea real de nuestros cuerpos. La noche desenmascara la estática de nuestra mente. Giramos. Engranajes imperfectos golpeándose entré sí, imaginando a Bach mientras era torturado por sus visiones del agua. Así sobrevivimos cerca de un año. Cerca de una vida macerada en sal. Nos alejamos de todo acto revolucionario de belleza. Nadie olvidará aquella escena, ningún ángel que haya sobrevivido a esto podrá conservar la inocencia de nuestra violencia en sus ojos. Dos aviones en el cielo que lo devora todo.
"Estamos perdidos buscando el camino hacia la infancia, por un bosque o una ciudad, entre un río o el fondo de un lago. Y contra ese horror, animal o mito, permanecemos entre estos maravillosos males, aunque todo sea inútil"
Introducción a la estética del delirio dedicada a M. Duras, nota encontrada en la habitación de Zé, paciente psiquiátrico de los niños eléctricos de Rostov.
Fotografía: Roger Ballen

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