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Tatarigami, he convertido mi alma corazón en un bosque que oculta una bestia que llora estrellas. El hierro me habla desde su partícula más blanda, ahí donde reconozco a un hermano en los meses de viaje intentando hacerme al agua.
Para redimir la ceniza, preciado vagabundo, he incendiado los pueblos que amabas. Te he encontrado rodeado de tus fantasmas, escupiendo tus dientes. Los he soñado, en la dureza de un recuerdo.
Purificar el sol demente que nos embiste, purificar la fantasía que lo rodea, purificar el centro de su locura, diariamente asisto a verme cada mañana, diariamente en los ojos de los animales veloces de la memoria.
Taragami, no existe recuerdo que te no te muestre el fondo del lago que dejó de existir.
¿No es así?
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