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Ardieron hasta que solo quedaron cenizas blancas.
No volvieron a coincidir. Los alpes en la memoria no son imposibles. Lo repito una y otra vez. Cuando la noche en el mundo es solo una escotilla. Podría andar por sus bordes toda eternidad. Amanece. Coincide la estación de otoño con la fundación de la niebla. Regresar. Nos reagruparmos en el skyline de Praga o Leningrado. Nada hace pensar que ella tuvo un lugar en esta especie. De todos los retratos que guardo quizás este sea el más difundido. La revolución de Octubre. Los vientos huracanados. Y nosotros desprovistos de cualquier augurio. Éramos un espectáculo tierno en las calles. Rojo de ira. Amos de la última porción de luz. El gesto altivo de las aves atravesando la plaza. Desde lo más alto. Antes de caer. Estamos arruinados sosteniendo una isla que todos admiten imposible. Música rancia que no llega a alcanzar este brillo inusitado. Llega el primer canto en este carro blindado a iniciar la revuelta sobre la vida cotidiana. Inigualables payasos ensayando la sonrisa que ha dado el verdadero nombre a esta ciudad.
Los secretos del Ermitage, 1845
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