domingo, 2 de marzo de 2025

El filo del alma de Oniwara





Todos necesitan esperanza para sobrevivir, 
la esperanza siempre trae desesperación al hombre.




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Oniwara nació bajo la última luna conocida, escuchando el espíritu del silicio. En el jardín donde están enterradas las cabezas amordazadas de sus padres, donde la tierra humea y el rocío se desliza entre las raíces como un último murmullo. Oniwara, niño/niña predilecto en el festín de sus ojos rapaces. Oniwara, el devorado, el que mastican los dioses del hambre con dientes de sombra.

En el palacio de los eunucos silencia las campanas. Corre a través de los bosques, el jadeo es un cuchillo entre la bruma. La madera se parte bajo su peso, el aire silba como una soga en la garganta de los ahorcados. Oniwara despeina la cabellera que guarda en su mochila de bambú. No es un talismán, no es un recuerdo: es la sangre petrificada de una historia que no le pertenece.

Oniwara, veo a través de la niebla, de las nubes, del espacio.

¿Acaso ese vacío que vibra es tu corazón?

Qué débil eres, joven alcohólico, bajo el filo implacable de una mujer que no existe. Eres de carne por ella, lo recuerdas siempre en la estación del ferrocarril tras el giro del primer rodaje. Cada tren que parte arrastra un hilo de tu aliento, deja en la grava la sombra de tu voz.

¿Recuerdas el humo que te antecedía?

La sal en lo que ahora llamas piel en las playas de los que han perdido la razón. Un océano de huesos gime bajo la espuma, un rumor de bocas sin lengua, de brazos que buscan algo que ya no existe. Oniwara, giras por el vino y tu cabeza es un sol al rozar la dureza del cielo.

Esta es tu primera luna, Oniwara, en tu último día interminable.

Ya el tren se aleja entre la marea, mar adentro. Huye de tu pecho, que es la última estación, que no conoce de despedidas. Solo el viento regresa, solo el silencio te nombra.

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