[...]
Quería saberlo todo, a pesar del impacto.
Hubo noches interminables donde la respiración era una bestia enloquecida, hubo noches interminables, donde asistíamos irreconocibles, mirando el mundo como dioses implacables.
Ahora regreso a la mío a las apuestas, al hipódromo. A las butacas sucias y vacías. A ver a mi viejo caballo. Famélico y cansado.
Regreso para verlo trastabillar por los carriles infinitos. Sin voluntad. Convulsionando en cada tramo.
Y pienso:
Una bestia inigualable.
Qué bello es ver morir al caballo que amas.
Su pelaje brillante solo visto por tus ojos.
Qué bello e irónico.
Abrazar lo que pronto está por partir.
Y no poder sujetar lo que se va y desconoces por completo.
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