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El día fue una ola sobre nosotros, sobre la memoria de nuestras muertes sucesivas. El aire paralizaba el tránsito celeste en nuestra sangre. Un acuario de peces extraños en una mañana que el mundo revistió el mundo de un color, un color amado como lo único posible, como la mentira más grande e improbable.
Pensamos detenidamente en todas las formas que podría adquirir este aire, agitado desde lo desconocido para nuestros ojos. Ya no era la maravilla extraordinaria que fabulaba el sol, entonces nunca más supimos de aquellas manos que lavaban nuestras mañanas en las que posábamos nuestros deseos más absurdos.
Hablábamos mientras nos hundíamos en océanos con el fervor desmesurado una música siempre lejana, era lo que entendimos en el lenguaje de las hojas cayendo mientras se derretían nuestros corazones.
Ahora esta tarde soleada por la infancia nos abandona.
Tengo al sensación de ser desplazado e invadido por una nueva vida.
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