Una casa custodiada desde el amanecer. Mi casa. Se abre un camino sin ser primavera. No conozco el nombre del milagro, ni de las gotas que se filtran de lo alto. Hablo entonces de creaturas veloces que olfatean las visiones. Se cierra el camino y la nube sigue su rumbo. La corriente me permitió avanzar, deshojar el mundo mientras cantaba: “Miren todos sus piernas endurecidas por el dios de las alucinaciones, miren desde la cima de su ruina”
Así enloquecimos con el canto de las aves, enloquecimos bajo el aire agitado de sus alas. Es la ventura del hombre esta dentadura frágil que derriba árboles, en sus peregrinaciones absurdas al centro de las tormentas. Encendidos en la memoria volátil del cáñamo, brillamos desde el exilio deseado. Convulsionamos sin entender siquiera el orden natural del día. Mantuvimos en cautiverio el fuego preciso.
Proclamamos nuestra la tierra donde las ballenas varan, la espuma prodigiosa de sus bocas en la arena. El primer desgarro de carne volando lejos de la unidad pensada. Los territorios donde solo las suposiciones hacen ciertos los abismos.
Pequeños suicidas, saben la extensión del imperio de la voluntad que ha derribado toda frontera. El éxodo de la luz por la selva que ha dejado la noche con un solo órgano vital e indescifrable. La mecánica de la sombra en la cuadratura del cielo.
Paul klee "The goldenfish" 1925
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