lunes, 26 de septiembre de 2016

Pánico en Rostov, la ciudad fantasma.

Nuevamente desperté sobre esta avenida, nuevamente con el mismo pensamiento enraizado semejante a una lanza me atraviesa este primer el sol, quizás el único desde la infancia perdida. Empecé a andar como si tuviera las respuestas a todas las incógnitas que tu música había dejado entre mis dedos, prometí a mis botas dar con algún paradero tuyo. Pero nunca el corazón tuvo un pájaro picoteándolo noche por noche, como si este fuera un fruto ya maduro destilando un néctar tristemente dulce, ahora canta una sola voz enloquecedora mientras fuerzo la memoria, mientras manipulo la realidad donde eres un campo minado. ¿Quién podría proporcionarme alguna razón para este lunes inacabable? Ya es tiempo de partir y todas las estaciones se han negado a abandonar tu cuerpo, que es un peligro, un ruina donde deambulas tratando de encontrar una casa que habitar. Se que ningún músculo ha dejado de manifestarme su furia, los tendones se han contraído, adoptando formas caprichosas que nadie entiende ni se percata de su determinación. Toda nación a sucumbido ante las trompetas que anuncian esta guerra, te escribo porque no sé hacer otra cosa, mientras el mundo llama a mi puerta desesperadamente, rasguña la puerta mi alma que presiente la determinación del que fue alguna vez con él. Nuevamente estoy perdido y la avenida que se alarga infinitamente, tiene mucho de nosotros. Estreno estos viejos ojos junto a ese gato al que odio profundamente en su lejanía. Todo tiembla, este dios no tiene las palabras exactas para mi, y su lengua es agua de mar frente a todo la ternura perdida. Temblamos juntos bajo un cielo de promesas dignas de la historia del nuevo mundo. Lejos de toda proyección insensata tomo su mano y digo que lo amo, como un ángel harapiento, un terrible ser del que su nombre esta emparentado con el desprestigio de un cielo despejado por el que acaban de pasar los aviones de guerra.


26 de septiembre del 1932

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