martes, 19 de noviembre de 2024
Cempazuchil
Atraído por el aroma del sol macerado en la boca de las flores,
perdí la dirección del puerto tras el jadeo constante del nopal.
Volví a la búsqueda, encarnado en el caracol y su doble prisión.
Tuve un rostro en la historia de revoluciones invisibles,
un vínculo sagrado con la estrella amada de los asesinos.
Aprendí el rito callado del primer hombre que busca un lugar para morir,
un abedul primordial aguardando el regreso de las mariposas.
Esta playa, en su memoria, me arrastra a su paranoia interminable,
mineral primordial regido por la turbulencia celeste.
Cuando el sol era un dios
y mi voz, un elemento precioso e inestable,
me volví agua, renovado por el ascenso del salmón
y su reino generoso de muerte.
En cada dimensión propuesta por sus matemáticas, prevaleció el fuego.
Las sombras, domesticadas,
y el lobo, presente en la escena cotidiana del pan.
Las oraciones se volvieron el sordo aleteo de una libélula,
el día renovado por el estallido de la semilla
que devuelve al sueño la calma,
haciendo posible la tempestad de la carne.
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