He tocado la existencia de un cuerpo, y con él, he tratado de entender la historia de una familia. Regresé a Roma en el momento en que los botones estallaron y el perfume invadió la ciudad. A partir de ese instante, todo cambió para siempre. Las antiguas certezas se desmoronaron; lo que antes era paz se transformó en algo más complicado, como si el agua, en su forma más pura, fuera la única que podía templar el caos. Me di cuenta de que era, en esencia, un descendiente del polen: atrapado, perdido. Y si tan solo tuviera un arma, una voluntad decidida para hacer algo, quizás podría intentar cambiar las cosas, aunque fuera solo para llenar el vacío con girasoles.
Al final, todo resultó ser una especie de ilusión absurda. Los grabados, esos objetos de belleza efímera, parecían reírse de nuestra fragilidad. La guerra hizo la ciudad más hermosa; los ojos de la gente se volvieron casi animales, liberados de cualquier control. Es tarde, la noche cae y mi país es un espejismo lejano.
"La memoria de Claude Fradin en los jardines"
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