Me encontraba perdido en medio de un desierto, un sueño sin sentido. La claridad era solo atributo de un texto de Saarikoski: cadencia, admiración, ternura, excitación, miedo todo estaba allí, envuelto en una vorágine indescriptible, pero quizás lo único tangible era la decepción.
Las pastillas para el insomnio habían desaparecido tan rápido como su figura del centro de mi cerebro, ¿Cuál sería su reemplazo?
El tedio se hacía palpable y no deseaba darme a la búsqueda de una respuesta. ¿Porqué perdería el tiempo en ello?
Toda articulación innecesaria era desbaratada sin ayuda alguna, acaso era un juego del que yo no entendía regla alguna, por aquella época, cuando su sonrisa se atravesaba sin precaución, era quién me adelantaba a los actos, a su respiración, a la gravedad de su peso oprimiendo el mundo, yo caminaba sin establecer relación alguna con la realidad.
¿Los sueños nos mantienen atrapados, no es así?
Entonces nos abalanzamos sin esperar respuesta alguna, no eran necesarias, hasta ahora, los planes habían cambiado, al igual que el aire que nos rodeaba, frente a nosotros, las autopistas repletas de autos se detenían, en un rojo que solo podría recordarme el vino en sus manos.
No más epifanías, no más treguas en torno al lazo familiar y casi divino que nos abría caminos.
Solo una imagen prevaleció al mirar hacia arriba.
A todos los aviones se los termina tragando el cielo.
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