domingo, 28 de abril de 2024
Un desafío a la reina
Según la moral victoriana, la pérdida de semen equivale a la pérdida de vida y según se cansa de repetir Drácula, no hay más vida que la sangre. Y partiendo de esta reminiscencia bíblica («la sangre es la vida») hay quienes han querido ver en Drácula de Bram Stoker una alegoría del cristianismo, surgida en una época de profunda rigidez religiosa. Si vamos más allá, el propio conde sería una parodia grotesca de Cristo, tal y como sostiene Juan Antonio Molina Foix: «Drácula promete [como Cristo] la resurrección y la inmortalidad, aunque la primera imponga sus lúgubres condiciones y su promesa de una vida eterna sea únicamente una corporeidad animada que hiede en la tumba». Según él, el pasaje en que Drácula se abre una herida en el pecho para que Mina le chupe la sangre es una «obscena parodia del sacramento de la eucaristía», pues hace alusión a la mítica relación entre el pelícano y sus crías, que en la iconografía cristiana es un emblema de Cristo en la cruz. «En este esquema alegórico —continúa Molina Foix— Reinfield sería una especie de Juan Bautista, que anuncia la llegada de su maestro. Y la invisibilidad del conde enfatizaría la alegoría religiosa de que no podemos ver a los vampiros porque, o bien no creemos en ellos, o decidimos no ver aquellos aspectos de nosotros mismos que más se parecen a los del vampiro».
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